martes, marzo 06, 2007

La rueda de la vida


El viento soplaba con ternura acariciando las hojas del bello y viejo árbol. Sus ramas bailaban al ritmo de los silbidos que nacían entre los labios de la naturaleza, elevándose a grandes alturas, observando así el apacible paisaje que se extendía a su alrededor. El Sol calentaba su interior, haciendo brotar flores que lucían elegantes vestidos de llamativos colores vivos y agradables, atrayendo a cualquier ser que pasease por la zona.

Sin poder contener su alegría, el viejo árbol lanzó semillas a la desnuda y celosa tierra que lo sustentaba. El cielo, emocionado, dejó caer unas silenciosas lágrimas que complacieron a la oscura y serena tierra. Ésta, animada, ayudó a las recientes e inexpertas semillas, con un acto benigno y altruista, a descubrir el suave y hermoso, aunque a menudo injusto, y calamitoso "mundo exterior".

Brotaron nuevas ramas del suelo con el paso del tiempo. Se asomaban con cuidado, protegidas bajo las sombras del voluptuoso y hábil árbol que ya conocía los azotes del mundo, adormecidos en su seno.

El viejo árbol extendía sus fuertes raíces a grandes profundidades, anclándolas en la base de la existencia. Acariciaban y nutrían a las limitadas y minúsculas raíces de sus vástagos. Estos descendientes se acostumbraron paulatinamente al ambiente que les rodeaba, bajo los cuidados y consejos de su progenitor.

Los jóvenes árboles crecieron gracias a que eran capaces de compartir lo que la naturaleza les ofrecía. A la vez desarrollaron sus raíces, su "mundo interior", de forma extraordinaria. Se hicieron conscientes de su existencia y se abrazaban entre ellos y con su creador bajo tierra, por medio de sus raíces discretas, ocultándose del tiempo. Pasaron muchas estaciones: sufrieron heladas y frío, se refugiaron en el calor y resistieron los fuertes vientos.

Así llegó un día en que el viento cesó. El gran árbol se sentía sin fuerzas, viejo y apagado. Alcanzó tal altura que los rayos del Sol quemaron sus curiosas hojas. Sus lamentos flotaban en el aire, posándose sobre las esperanzas de los demás seres. Sus relucientes y brillantes hojas se secaron, adoptando un color triste pero natural, entregándose cada una de ellas a sus hijos, como recuerdo de su amor. Cayeron en silencio, dejándose llevar por la fuerza natural de la gravedad...
Los demás árboles acariciaron con ternura y respeto estas memorias que su maestro les escribía en el viento, deplorando al mismo tiempo por ver cómo su ser más querido se entregaba al vacío.

Su olor, como el eterno éter del espacio, permaneció en ese mar de lágrimas, atrayendo y resucitando las fuerzas de la naturaleza que mantendrán con vida a sus infaustos e infelices hijos.
Pero el viejo árbol no abandonó ese mundo por completo, ya que sus raíces permanecieron para siempre sepultadas bajo tierra, abrazando aún a sus hijos, como muestra de amor, como refugio para éstos cuando el mundo exterior cambiase repentinamente para mal. Era un escondite que les servía para ocultarse de las putrificadas sombras del ciclo vital.

Así, los ahora grandes árboles, podían recurrir a su "mundo interior" de vez en cuando para aflojar las penas que a menudo el "mundo exterior" les entregaba forzosamente...

Fuente: a_buried_soul
link: http://memoriasdelcielo.blogspot.com/



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